¡Esto no hay quien lo cambie¡ 3. Tres Sorpresas sobre el Cambio

¡Esto no hay quien lo cambie¡ 3. Tres Sorpresas sobre el Cambio

Empezamos analizando los problemas del cambio con ¡Esto no hay quien lo cambie¡ 1. el Elefante y el Jinete y el Camino y viendo que no era fácil en Esto no hay quien lo cambie¡ 2. Esto, como siempre, es cosa de dos… El camino es complicado, sí, y con algunas sorpresas

Brian Wansink, en su libro titulado “Mindless Eating”, basado en varios empíricos y curiosos estudios sobre los hábitos de comida de diferentes grupos de personas (norteamericanas, pero personas en definitiva) llegó a varias conclusiones:

La paciencia tiene un límite…

Esto no hace falta que me lo diga un sesudo gurú del cambio. Ya me lo decía mi madre justo antes de utilizar métodos más expeditivos para que accediera a sus muchas veces fundadas –otras no, mamá…- solicitudes. Ellos dicen que “el autocontrol es un recurso finito” (suena más chick pero es lo que decía mi señora madre). Y lo que sí es más interesante es que, para ellos, autocontrol es mucho más que contar hasta diez de forma consciente antes de  – en el caso de mi madre – soltarme un zapatillazo – no la critico, eran otros tiempos y el lema de “más vale una torta a tiempo… estaba plenamente vigente-.

El autocontrol lo ejercemos cuando

tenemos que dar una mala noticia a un miembro de nuestro equipo,

tenemos que mantener el tipo en una presentación,

aprender una nueva habilidad

escuchar los gritos de la vecina histérica de la escalera derecha

y necesitamos estar atentos y ser cuidadosos tanto con lo que decimos como con lo que hacemos.

En esos momentos estamos gastando “paciencia” o “autocontrol”.

Por el contrario y afortunadamente -porque docenas de estudios han demostrado que supervisar, controlar o controlarNOS es muy, muy, muy pero que muy, cansado, (si tienes hijos/as te puedes ahorrar la lectura de los estudios para llegar a esa conclusión)- buena parte de nuestras actividades las hacemos en modo automático.

Estos americanos que son tipos listos y capaces de lograr financiación para investigaciones de lo más entretenidas, pusieron a un grupo de sus paisanos a ver un melodrama sobre animales enfermos y maltratados pidiéndoles que aguantaran sus emociones –“me imagino al de la bata blanca: “¡nada de llorar!, hey, guys?”- y al otro grupo les dejaron que dieran rienda suelta a sus lagrimones y les repartieron pañuelos por docenas.

Posteriormente les pidieron resolver una serie de ejercicios (puzzles, acertijos, problemas,…). Cada grupo mostró un aguante muy diferente durante un segundo reto. ¿Por qué? Los que habían llorado a gusto, estaban más relajados y eran capaces de afrontar los siguientes retos mejor que los que habían “gastado” parte de sus energías en autocontrolarse. Así que, si tienes ganas de llorar, llora; si tienes ganas de gritar, grita; que si no se la cargará el primero que se cruce en tu camino…

Si no es por no ir… si se ha de ir se va… pero ir para ná, es tontería (Juan Mota, humorista)

Y todo lo anterior ¿qué tiene que ver con el cambio?

Cuando tratamos de cambiar hábitos, procesos o formas de actuar, enredamos en comportamientos que se han vuelto automáticos y cambiarlos requiere que el Jinete (nuestra parte racional que analiza, planifica,…) esté muy encima.

Cuanto mayor es el cambio propuesto, mayor el “consumo” de autocontrol de nuestro Jinete, mayor es el esfuerzo para “tirar” del Elefante, perezoso y acostumbrado a lo que ya conoce, hacia el nuevo camino.

Y cuando perdemos nuestra reserva de autocontrol, lo que estamos perdiendo es nuestras energías mentales para pensar creativamente, para concentrarnos, para controlar nuestros impulsos y para mantener el tipo ante la adversidad, la frustración o el fracaso. Nuestro Jinete se ha quedado sin la gasolina que necesita para acometer los grandes cambios.

Así que cuando oigamos decir que los cambios son duros porque las personas somos vagas o resistentes al cambio, digámosles que quizás no es así, y que quizás es precisamente lo contrario: que el cambio es duro porque agota al más pintado¡ Y esta es la segunda conclusión: no es vagancia, es cansancio.

Lo que parece resistencia al cambio, es falta de claridad

La tercera conclusión: si queremos que las personas cambien no podemos darles mensajes ambiguos, poco definidos. Si queremos que cambien debemos dar directrices claras clarísimas, definir y transmitir bien hasta los pasos más obvios no asumiendo que lo son. Si, por ejemplo, quiero que mi hija de 10 años mejore su comportamiento, no puedo decirle que “sea buena” sino que le tendré que dar directrices más concretas: que recoja la hilera de ropa del suelo, que ponga la mesa el día que le toca, que guarde los zapatos en su sitio,… en fin qué os voy a decir que no sepáis ya, padres y madres del mundo…

El caso es que “sea por hache o por b”, cuando nos ponemos a tratar de cambiar algo, más o menos importante, no solemos encontrar con respuestas como…

¿Cambiar? ¿El qué? ¿Es que no estamos bien organizados…?

Esto funcionará en otras empresas pero aquí siempre hemos hecho las cosas así…

Estamos en ello.. viendo cómo hacerlo, opciones, haciendo estudios, consultando expertos….

Dicen que el entorno ha cambiado pero nosotros tenemos que hacer lo que sabemos hacer

Las personas no están motivadas para cambiar, total ¿para qué?

Ya lo haremos en otro momento, más adelante, que no están las cosas para hacer experimentos

Esto no funcionará

Si ya sé que debiéramos ponernos a ello, pero…

Tú no conoces a mi equipo, son alérgicos al cambio y me los vas a revolver,…

La gente estaba entusiasmada al principio, pero…ahora….

Es demasiado cambio, ¿no? ¡¡Es que queréis dar la vuelta a la empresa!!

Todos parecen estar de acuerdo en que algo hay que cambiar, pero nadie parece moverse…

¿Os suenan?

¿Se os ocurre alguna más?

Como decía aquel mítico programa

“Por 25 pesetas la respuesta, digan razones que han escuchado para no cambiar algo…

Un, Dos, Tres, ¡Responda otra vez!”

(Continuará…)

Dnl

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